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martes, 4 de noviembre de 2008

Trabajando con Arboles

Un árbol es mucho más que una planta que tiene tronco leñoso, ramas y hojas.
Quizá piensen que es un ser vivo, totalmente interrelacionado no sólo con los otros árboles que tiene a su alrededor sino también con los seres humanos. Si es así, estarían en consonancia con lo que otros pueblos y otras culturas han opinado en torno a sus árboles.

No los consideraban como seres aislados sino que formaban parte directa de sus mitos y ritos, de sus cultos y prácticas mágicas, de su vida cotidiana y sus usos medicinales. Sabían qué árboles curaban y qué árboles mataban, cuáles les protegían de los rayos y cuáles los atraían, aquellos que eran buenos para alejar a los insectos y cuáles atraían enfermedades.

En definitiva, sabían que cada árbol alberga un espíritu que le confiere una fuerza determinada, un "alma" que le da un poder genuino y exclusivo, según a la clase que pertenezca.

En la enfermedad y en las preocupaciones, nuestros antepasados buscaban un árbol para abrazarse a su tronco, para transmitirle sus angustias y sus problemas y recibir, a cambio, su fuerza. Entonces sentían que el árbol era mucho más que un ser inerte y que por su tronco fluía la savia que da energía a aquel que busca su consuelo.

Los jóvenes enamorados buscaban el tilo para confiar sus intimidades amorosas porque representaba el vigor de Venus. Los hombres que iban a la guerra abrazaban al roble porque éste simbolizaba al dios Marte y las personas que no tenían confianza en sí mismas acudían al abedul, que estaba bajo la protección de Mercurio.

Hoy en día se ha puesto de moda abrazar a un árbol en los momentos de soledad y tristeza. Si alguien piensa que es una práctica ridícula, debería saber que se trata de una terapia que recomiendan cada vez más naturópatas sabedores de los grandes efectos positivos que tiene.

CULTOS DENDROLÁTICOS

Gracias a que parte de la humanidad está desarrollando una mayor sensibilidad por los problemas ecológicos, hoy adquieren sentido prácticas ancestrales que antes nos parecían absurdas.

Así, los pueblos de tradición (mal llamados pueblos primitivos) creían en los espíritus moradores de los árboles y les profesaban culto (de ahí procede la palabra dendrolático).

No se podía dañar un árbol sin que el infractor fuera sancionado.
Hace siglos, los habitantes de Dalmacia (Croacia y Bosnia-Herzegovina) eran tan radicales en sus creencias que siempre que se derribaran hayas y robles -dotados, según ellos, de almas o "sombras"- debía morir el talador o al menos quedar inválido para el resto de sus días.

Antiguamente se plantaban dos tilos en la casa nueva donde uno iba a vivir y un aliso en el jardín posterior para sentirse más seguros y protegidos. Los granjeros sajones rodeaban la casa de robles porque éste ha sido siempre un árbol reverenciado, tanto que cuando Julio Cesar y sus tropas quisieron penetrar en la cosa del sur de la Galia (en la actual Francia), repleta de bosques de robles, nadie se atrevió a empuñar un hacha para no alterar la paz de los espíritus del robledal, tan venerados por las tribus celtas que habitaban el lugar (los galos). Tuvo que ser Cesar en persona el primero que taló un árbol para que todos sus soldados perdieran el miedo a vulnerar un recinto sagrado.

Ciertamente, consiguieron invadir y someter la Galia en ocho años (del 50 al 58 a.C.), pero ahora esa zona es un desierto de piedras donde no hay robles ni agua.

Algunos árboles adquirieron este carácter sagrado por tener una vinculación con fenómenos atmosféricos, como por ejemplo por su capacidad de atraer los temibles rayos. Es el caso de los sauces, robles, encinas, abetos y tilos. Otros, en cambio, no se ven afectados por esta descarga eléctrica, como los olmos, fresnos, saúcos y las hayas. Y esta creencia no es un efecto de la superstición sino de la observación. Por eso, en caso de tormenta, el saber elegir el árbol adecuado para guarnecerse no sólo se debe dejar a la suerte sino al conocimiento, porque su elección puede ser una cuestión de vida o muerte y no es una simple metáfora.

ÁRBOLES DE NACIMIENTO

A veces las leyendas se han encargado de recordarnos que un árbol estaba ligado a la vida de un pueblo o de un hombre y que talarlo significaba sesgar la vida no sólo del espíritu que moraba en su interior, sino la de ese pueblo u hombre al que fue consagrado.

Según el etnólogo rumano Mircea Eliade, "el hecho de que una raza descienda de una especie vegetal presupone que la fuente de la vida se halla concentrada en ese vegetal; por tanto, la especie humana se encuentra allí, en estado potencial, en forma de germen, de semilla".

Es el caso de las tribus meos de Tailandia y Birmania, los tagalos de las islas Filipinas o los ainos del Japón, los cuales creen que provienen de un bambú o de una mimosa. En algunos pueblos papúas (en Melanesia) unen la vida de un recién nacido con la de un árbol introduciendo una pequeña guija en la corteza de este último.

Después de un nacimiento, los maoríes de Nueva Zelanda solían enterrar el cordón umbilical en un lugar sagrado y plantar encima un renuevo o retoño. En su paulatino crecimiento, el árbol era un tohu oranga, es decir, un signo de la vida del niño: si el árbol prosperaba o se marchitaba, el niño seguía igual suerte.

Entre los dayaks de Landak y Tajan, distritos de la Isla de Borneo (Indonesia), plantan un árbol frutal por cada niño y, según la creencia popular, el espíritu o hado de la criatura estará ligado con el del árbol.

Pero esta asociación no es sólo patrimonio de culturas ancestrales, sino que en muchos países de Europa han hecho lo mismo, confiando que el árbol crecerá al compás del pequeño. La costumbre todavía perdura en el cantón de Aargau, en Suiza: cuando nace un niño plantan un manzano y si es una niña, un peral.

Más sorprendente aún es el hecho de que cerca del castillo de Dalhouise, no lejos de Edimburgo (Escocia), crece un roble llamado el Árbol Edgewell, del que es opinión popular que está conectado a la suerte de la familia por un lazo misterioso, pues aseguran que cuando un miembro de la familia muere o está próximo a su fallecimiento, se desprende una rama de dicho árbol. Un día plácido del mes de julio de 1874 cayó una gran rama del Árbol Edgewell y un viejo guardabosques exclamó al verlo: "¡El lord ha muerto ahora mismo!". Poco después llegaron noticias de la muerte de Fox Maule, undécimo conde de Dalhouise.

Muchos opinaran que todo es una cuestión de creencias, pero éstas son las que mueven el mundo. Cuenta Marco Polo que el emperador chino Kubilai Kan (nieto de Gengis Kan) ordenó plantar árboles por todo su imperio con suma satisfacción porque sus astrólogos y adivinos le habían asegurado que quien esto hiciese tendría una larga vida. Vivió 80 años (y hablamos del siglo XIII).

Fuente:Foro Chamanismo www.chamanismo.infoEntrada: http://www.chamanismo.info/viewtopic.php?f=31&t=2354

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